Érase una vez una pintoresca Sociedad en la cual se vendía y distribuía legalmente un producto de consumo compuesto entre otras cosas por unas sustancias irritantes de las vías respiratorias, utilizadas en baterías y que disminuyen la libido, utilizadas también antiguamente en las cámaras de gas, sustancias venenosas, disolventes industriales, elementos radioactivos, insecticidas, sustancias cancerígenas y un sinfín de barbaridades más.
Líderes de dicha sociedad decidieron contribuir al sufrimiento causado por este monstruoso producto aplicándole más de un 80% de impuesto sobre su precio de venta y multando a los que lo consumían en zonas públicas. Antes se apresuraron en animar a miles de empresas a invertir miles de € en acondicionar sus locales para el disfrute de este singular producto para 2 años después prohibirles el aprovechamiento de estas inversiones.
Conocedores de que tal sorprendente producto era responsable del 30% de las muertes por cáncer, el 20% de enfermedades cardiovasculares y 80% de enfermedades pulmonares obstructivas y de que el 50% de las personas que lo «disfrutaban» (ahora en la clandestinidad) morirían a causa de ello, quisieron despejar sus atormentadas conciencias, avisando a los consumidores apaleados que podrían morir a causa de la consumición de este producto. Ahora, dicho producto se vería adornado de grotescos mensajes que alertaba de una muerte lenta y dolorosa en caso de consumirse.
Pasaron los años y se supo que el consumo del producto producía una muerte cada 10 minutos. Para celebrarlo, decidirían premiar a estos consumidores, adictos a la química moderna con un gran Centro lúdico llamado EuroVegas donde podrían dar rienda suelta a su adicción a la muerte mientras creaban otras nuevas adicciones ludópatas y patologías varias.
Sin quererlo, esta pequeña y apartada Sociedad se había convertido en cuna de la hipocresía y la incoherencia.
Angel Canales